Cuando yo era mucho más chica y el complejo que me causaba tener una frente ancha y despejada (como playón de polideportivo, sí), me estaba truncando la existencia, mi madre sabía aplacarme la pena argumentando que las personas inteligentes, tenían, necesariamente, la frente ancha y que, por el contrario, los necios y mediocres, eran portadores de una frentecita mínima, tímida que no formaba distancia evidente entre las cejas y los flequillos.
Y sí, reconozco que me volví una mujer un poquitín más alegre. Convengamos, sí (vení sentido común sentate acá conmigo) que tuve que leer muchos libros y estudiar bastante porque bella nunca fui, más bien, moderadamente tocable, y a esa cosa nefasta ya, sumarle la cuestión de la frente prominente, no levantaba ni la estima en mi, ni, ni, nada, sigo.
A partir de los comentarios de mamá, mis percepciones empezaron a cambiar radicalmente. La propia se volvió un poquito más alentadora y las que tenía con respecto a los ajenos...se enajenaron.
Me torné casi paranoica, una observadora compulsiva que buscaba a toda costa frentes anchas para hacer amigos, para hablar de cosas sustanciales, para tener sexo sofisticado y audaz, o simplemente para no sentirme tan sola (mal de muchos, consuelo de tontos).
Cualquier comentario burdo, playo, que me llegara (y me arrastrara en mares de "irrefutabilidad"), me consolaba si salía de una frente acotada por un pensamiento jíbaro, osco y trunco. "Claro, ahí tenés...", me decía para mis adentros.
Mayor consuelo y goce me causaba formar parte de un grupo de amigas con fachada ancha, aunque lindas. Muchachas con ideas claras, prácticas y brillantes la mayoría del tiempo, auqnue insípidas y apaisadas en algunos otros (no somos tan prolijas a la hora de pensar).
Novios de frente ancha duraron en esta vida mía mucho más que aquellos que la tenían chica (hablamos de la frente); aunque los primeros no eran más vistosos, sí eran entretenidos (según mi propia concepción de entretenimiento).
Todo se daba en perfecta armonía y concordancia con respecto a las palabras de mi madre. Mi frente ancha y yo, vencíamos al mundo que antes nos había hecho creer que una era fea al pedo.
Un día, después de un tiempo importante, me vi la nariz grande. En verdad, un compañero (que odié con todo mi corazón), hizo que yo me viera la nariz más grande (supe un tiempo después que él me amaba con todas las ganas y que "...como las uvas estaban verdes"(*)...las escupimos, dijo...), en fin, sí después de un tiempo asumí que mi nariz era grande, como mi frente.
Y quise, claro, hallar en algún lugar alguna ventaja (o más bien un antídoto), algo que se constituyera en una suerte de salvavidas arrojado por uno de los muchachitos de Baywatch (o por Luciano Castro y ya estamos bárbaro), pero no hubo caso.
Una sentencia casi definitiva se volvió a instalar en mi vida y mami no supo qué decirme, o sí, "los genes son...todas tus primas se limaron el huesito", dijo.
Y como todo tiene un final casi feliz, resultó que engordé los cachetes y la nariz es como que se redujo (efectos fotoshoperos domésticos), y mi compañero odioso se vino a vivir conmigo un día de abril del dosmilseis y con él nos regalamos una niña de nariz pequeña, frente ancha y ojos celestes de mar.
(*)
La zorra y las uvas.
Fábula de Esopo.En ella una zorra ve un racimo de uvas e intenta cogerlo. Al darse cuenta de que está demasiado alto las desprecia diciendo "¡Están verdes!". La moraleja de la historia es que a menudo los hombres fingimos despreciar aquello que secretamente anhelamos y que sabemos inalcanzable.